2 de septiembre de 2015

Justo al atardecer



Vamos a observar entre los espejos de esta habitación lúgubre y sombría como, poco a poco, se expanden las ideas y los rostros se desfiguran al vaivén de los candiles. Las cortinas se descuelgan y ella me sonríe. Aún no sé qué busca. Junto a la ventana está la cama, se sienta. Justo aquí comienza la tormenta.

Prefiero esconderme de los rayos y mojarme con la lluvia. Abrir la cristalera y sacar la cabeza, pero ante ella prefiero callar y acusarme de todo aquello que no supe o pude decir. Me impone,  lo aseguro. Sin duda será un placer quedarme aquí sentado y en silencio, para observar su cuerpo iluminándose con cada uno de los relámpagos; ya perdí la cuenta, y ya casi quedo ciego.

Enmudezco ante ella. De una u otra forma se hace grande y a mi me queda tanto por decir, tanto por hacer, tanto por aprender. La tormenta me ensordece y no puedo más que ceder ante sus movimientos. Hipnotizado, a veces titubeo , a veces hasta tiemblo, pero por suerte me calmo entrelazándome a su mano.

Poco a poco crecen mis ganas de cruzar el umbral donde la angustia se esconde y sólo queda su paz. Poco a poco, esta tormenta crece y nada la puede parar. ¿Y ahora por qué iba a querer despertar? Ahora que no estoy aquí contigo, ahora que tú vas dando vueltas sobre otras camas, en otros lugares, dime, ¿Dónde estás? Ahora que la tormenta ya no existe y ya ni recuerdas qué o quién soy.

Lo que sucede tras la puerta y mientras yo me desgañito a cada instante, muy poco te importa. Y mientras, a cada paso en falso mi voz se destroza e incansable, ningún efecto en ti sucede y todo esto cada silenciosa tarde, augurando una larga noche, sí me entristece.

 Hoy por fin lloré y mis párpados, con los recuerdos, humedecieron el cuello de mi camisa, y tú ya no estabas ahí. Asustado y acurrucado junto a la ventana, sobre aquella cama, me escondí. Casi me salto mis normas, y juro que lo intenté mil veces, me prometí no ceder. 

Hoy , bajo los mismos rostros desfigurados , las cortinas rasgadas y la agitada luz de los candiles me dije al oído, justo con la calma, justo al atardecer, justo con la luz rojiza de las tardes de septiembre:  

Hey, descansa, septiembre sabe empezar.

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