Y es que, en ese instante que te quedas en silencio y sin aliento, tiritando de frío y empapado en tu sudor, dejas de buscar lo que más tarde vino. Lo que siempre ha estado y siempre estará vuelve a ser importante. Frente a una vela un presagio del destino lleno de palabras cargadas de calor y dibujos en las nubes.
Una voz en el frío apaga los candiles y el humo decora el espacio, figuras que flotan en la habitación y escapan hacía el cielo. Un suspiro angelical antes de ir a dormir, bajo unas manos calientes y tranquilas que se estrechan para impedir que vuelva el frío y con él, de nuevo la pena.
Mil maneras han existido y otras mil por inventar, para siempre terminar buscando una buena forma de empezar. Nunca nos gusta y volvemos al principio. Siempre en busca de esa llama que nos de luz y calor y que nunca marche, que no marchite, que no escape, que no muera, que aquí se quede y que nos quiera.
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