23 de mayo de 2016

Luciérnagas en paro


Así conocí su sonrisa, la más blanca y perfecta que jamás se ha visto en los cuadros. Recordaba a las mañanas con su débil luz del sol proyectada sobre las cálidas piedras del camino. Su cuerpo comenzó a formar parte de un ejemplo en los diccionarios más importantes, un atisbo de obsesión, ansias y plastilina que moldeaba su cabeza. El marco ya no servía para nada, así lo quiso el dueño.

Rodeado lágrimas cristalinas semejantes a oro blanco, construidas por el mejor de los orfebres a la imagen y semejanza de las modas más absurdas e imparables, más estúpidas, que cada vez nacen en las mentes menos luminiscentes como luciérnagas en paro. Cada vez más efímeras y cortantes como cuchillos rasgando todo lo que antes pensábamos que estaba bien y ahora solo es otro velo roto por las nuevas tradiciones y distante que prende en el yesquero iluminando la habitación de las desidias hoy tan protagonistas.

Todos, como pequeños elementos en una máquina de feria oxidada, iluminada por los faros de una vagoneta a media vela y cuatro maniquíes que se ríen sin hacer mucho ruido bajo la piel podrida de una serpiente recién mudada. Dos cabezas de jabalí vacías colgando de la pared y lanzando cuerdas que secuestran con ahínco nuestras ganas de romper la vajilla nueva, el esquema, el estereotipo.

Por y para los engranajes se sacrifican detalles y lentamente desaparecen las ganas de descubrir cada secreto lugar del infinito, lento y natural. Sabias palabras son aquellas que decían que todo volvería a la normalidad, a las modas se referirá, pero jamás volvieron ni ellas ni y con ellas las sonrisas. Ni blanca ni perfecta, ni luces ni azucenas, ni luciérnagas, ni oro, ni calidez sobre las piedras bajo el sol de primavera.

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