Entrando al salón real... cogidos de la mano, apartándose las personas que allí están,
comienza la música a sonar.
La banda parece concentrada en las partituras que cabalgan sobre los soportes del mundo real, sujetadas por los patrones... cinco líneas repletas de notas, fusas, semifusas, negras y un largo etcétera.... En el centro del castillo el único tragaluz ilumina nuestras caras. Rodeados los dos por montones de personas que ven su cuerpo como una simple forma de portar su cabeza, estáticos, paralizados... regidos por el lado opuesto al color, nadie se mueve...nadie dibuja en su mundo de sombras blancas y negras... por ello decidimos olvidarles y nos ponemos a crear en una escala cromática diferente... rojo, azul, marrón, verde...
Aparecen movimientos que no existían en el mundo real, ni conocíamos, ni habríamos llegado a crear por separado, colores que siquiera estaban registrados.
Juntando lo onírico a lo lógico surgió un nuevo concepto, un nuevo sentido a la percepción... otro tono, otro olor, otro tacto, otro sonido, otro sabor.
Allí abrimos un hueco en la tierra para cobijarnos en él del frío, del calor, de la lluvia, del sol, cavar hondo, muy hondo, y decorar nuestra caverna con pinturas rupestres disfrutando allí de nuestros sueños , todos por hacer.
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