Lo que fuiste en un pasado no me importó tanto después de las caricias, después de los besos y las brisas junto al mar. Pasado un tiempo, y aunque a veces me doliera insoportablemente y me volviera loco, no perdiste la esperanza, me seguías guiando, atendiendo, abrazando y secando mis lágrimas sin dudar.
Me costó aceptar, me costó entender, me costó controlar todas aquellas emociones que surgían cada noche al cerrar los ojos. La locomotora neuronal empezaba a lanzar señales eléctricas a mi cerebro formando situaciones, a veces, sin sentido alguno. De nuevo no podía dormir, una preocupación constante basada en pura fantasía, dulce y bendita fantasía, me mantenía bajo una alerta falsa. Me mantenía enredado entre las sábanas.
Aprendía a controlarme a base de caer en mis propias pesadillas. Al despertar nos quedábamos hablando hasta las siguientes lunas y poco a poco me enseñaste que lo importante contaba a partir de aquel momento. Todo nacía de cero y lo aceptamos tan orgullosos y sin miedos. Firmamos sin pensarlo dos veces el contrato que nos haría tan libres como juntos queramos estar.
Se empezó a construir un castillo de arena que se volvió de piedra. Un gran castillo de dura piedra, mucho más fuerte que cualquier otro. Mucho más intenso y amplio que el propio espacio, mucho más eterno que el propio tiempo. Desafiamos todas las normas, todas las leyes y fuimos nuestros propios reyes y reinas, cortesanos y cortesanas, aldeanos y aldeanas de un pueblo habitado por nuestras diferentes almas, esperanzas y deseos más intensos, carnales y espirituales.
Hoy, sin embargo algo nubla las vistas. Hoy tu eres mi proyección del mañana. Hoy surgen de nuevo aquellos temores de niño, de joven, de adulto, de los inicios. Mientras el castillo se derrumba intentamos repararlo con maderas que pesan demasiado para nosotros. No perdemos la esperanza y volvemos a levantar tabiques, volvemos a hablar y ahora va todo más rápido, es todo menos profundo y parecemos más cansados.
Hoy aún sigues regalándome amaneceres azules, atardeceres rojizos y noches estrelladas pero pasan ahora tan fugaces esos momentos y no nos detenemos para observarlos juntos, ya no. Ahora una niebla espesa cubre las torres de aquel castillo, nuestro castillo, y no me deja ver, supongo que hasta el siguiente azulado amanecer. Hoy tu eres mi desconcertante futuro que no quiero perder.
28 de octubre de 2013
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