El diálogo tranquilo y la calma de dos personas que sólo sabían ser fuego en un principio y que ahora, entre palabras, se apaga. Una luz tenue bajo una farola en la esquina parpadea. No se alza ningún grito, no hay palabras más grandes que otras, nadie manda más que nadie, solo hay paz. Nadie sospecha ni se pregunta nada. Sólo miradas que se encierran en un diálogo tranquilo mientras, para los dos, las cosas van cobrando más sentido, un sentido que nadie supo ver. Y mientras el mundo sigue girando ahí fuera, ahí dentro algo se para.
La bruma se hace cada vez más espesa y el reloj sigue dando vueltas, así, poco a poco, somos espectadores de una bella danza de palabras y esperamos las lágrimas sentados y en silencio, a las protagonistas de estos momentos. Ellas lentamente y sin fuerza, salen. Con lentitud y calma, sin prisa, acariciando las mejillas de los dos enamorados como si fueran del cristal más frágil del mundo. Dos enamorados que se quieren de formas diferentes, que se aman el uno al otro y que poco a poco, sin saber qué hacer se alejan del principio.
26 de noviembre de 2014
13 de noviembre de 2014
La ciudad de la soledad
Hay un lugar donde los enamorados van,
donde gritan a sus problemas para que se marchen.
Ellos lo llaman la ciudad de la soledad,
donde los corazones rotos se quedan.
Allí siempre llueve y hace frio,
y no hay lugar donde cubrirse.
El calor de los corazones se desvaneció hace tiempo,
y los latidos ya no lo suenan.
En la ciudad de la tristeza,
las calles están llenas de recuerdos.
Quizás bajando a la ciudad de la soledad,
pueda aprender a olvidar.
Allí podrás comprar un sueño o dos,
guardados durante años.
Y el único precio que has de pagar,
es un corazón lleno de lágrimas.
Muchos se perdieron en los caminos,
en la más espesa niebla.
Otros se ahogaron con sus lágrimas,
y nadie les pudo ayudar.
En la ciudad de la tristeza,
las calles están llenas de recuerdos.
Quizás bajando a la ciudad de la soledad,
pueda aprender a olvidar.
Bajando a la ciudad de la soledad,
donde los corazones rotos se quedan.
Bajando a la ciudad de la soledad,
para gritar a los problemas que se marchen.
Quizás bajando a la ciudad de la soledad,
pueda aprender a olvidar...
11 de noviembre de 2014
El 11 de noviembre y las cenizas de los príncipes
Joven princesa, a tu ventana golpean las voces mudas de aquellas almas en pena que se quedaron atrás en el camino y se dejaron los hilos de voz en él. Esas almas perdidas que acuden buscando alivio, silencio, calma, paz y luz. No tengas tanto miedo ahora, princesa, pues siempre han estado ahí hasta que un día, sin saber cómo, se dejaron ver, temblorosos, tristes, llorando y desesperados. Y tú sabías lo que querían. Tú escondías la llave de las puertas de sus infiernos. Tan dentro, tan oscuro, tan tuyo.
Así, día tras día, esas almas acuden a ti y cuando les abres la puerta no dudan, se marchan al sol y te dejan en paz. Así día tras día, hasta que el reloj vuelve a dar la vuelta. Qué tic tac tan molesto y qué larga espera, encerrados dentro de esa marcha tan vieja y de madera carcomida que nadie quiso olvidar cuando aún podía, qué horrible momento compartirse con ese asqueroso péndulo que se balancea, de izquierda a derecha y que no tiene intención de parar hasta cortarle a alguien la cabeza.
Ellos, todavía encerrados. Pecadores, ladrones y asesinos, ni en sus infiernos se calman. Más demonios mudos que desde arriba miran como yaces dormida y con silencio, cuidado no te despiertes, se recrean en tu tacto. Quemas con tu calor los pecados de aquellos malditos espíritus que nunca tuvieron un lugar donde poder descansar... y les gusta tanto esa droga que necesitan volver a equivocarse para probarla de nuevo contigo.
Pero a otros también hiciste llorar. A aquellos príncipes inquietos que enloquecieron en el silencio y la oscuridad del bosque. Acompañados de la mano hacia el abismo y obligados casi a ahorcarse junto al precipicio. Ahora, querida princesa, aquellos cadáveres colgados de los príncipes azules se están pudriendo y los cuervos, ahí fuera, se llevan sus sueños a otro lado. Habrá que enterrarlos, habrá que quemarlos y que todos vean el humo desde sus casas y sepan que ya no están aquí. Que murieron con los sueños de otros muchos, que murieron escondidos tras los callejones oscuros de los cuentos, que murieron en silencio y sin nada más que cenizas y silencio.
30 de octubre de 2014
Hasta el amanecer
Una sombra espesa me inquieta, me hace perder el control de mis impulsos y deseos más secretos. Me fulmina la diferencia entre lo cierto y lo incierto, lo correcto y lo incorrecto. Mi vida dividida en mitades exactas de métrica justa, rutina absoluta y locura barata.
Mi visión, borrosa en mi mente me hace equivocarme como un inexperto párvulo aprendiendo a sumar y restar de nuevo. Tan lejos de mi propio yo... Sin saber por dónde empezar a sumar. Y a cada palabra incontrolada, mal sumada, de mi boca siento que me alejo un poco más del camino. A cada mano entrecruzada en el cabezal de la cama cubriendo mi cara, siento que las uñas se afilan y se clavan con fuerza, un poco más despacio, sin dulzura. A cada acto incontrolado de mi mente, fugaz, cómica, irreal, siento que me lanzo a un precipicio inventado que ayer no era tan profundo y podía sortear. Recuerdo...
Siento que ya no soy uno y no me atiendo, no me creo, no me comparto, no me tengo ni me protejo. Mis actos ya no concuerdan con mi persona y me olvidan en las tinieblas de un camino incierto donde unos pasos siempre suenan acercándose y pierden el sentido cuando se marchan. Suenan con fuerza y se paran en seco, giran y dan la vuelta con miedo... Cada vez más lejos. Cada vez rápido y más lejos hasta desaparecer por completo y no dejarse ver...
Grito ahí arriba, en la ventana, pero nadie me escucha. Vuelvo a gritar y la afonía acusa, sé que pronto me quedaré sin voz, aun así lo intentaré hasta que el dolor me mate o rompa el sol. Aquí estaré, aquí me esperaré hasta el amanecer.
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