11 de noviembre de 2014

El 11 de noviembre y las cenizas de los príncipes

 
Joven princesa, a tu ventana golpean las voces mudas de aquellas almas en pena que se quedaron atrás en el camino y se dejaron los hilos de voz en él. Esas almas perdidas que acuden buscando alivio, silencio, calma, paz y luz. No tengas tanto miedo ahora, princesa,  pues siempre han estado ahí hasta que un día, sin saber cómo, se dejaron ver, temblorosos, tristes, llorando y desesperados. Y tú sabías lo que querían. Tú escondías la llave de las puertas de sus infiernos. Tan dentro, tan oscuro, tan tuyo.

Así, día tras día, esas almas acuden a ti y cuando les abres la puerta no dudan, se marchan al sol y te dejan en paz. Así día tras día, hasta que el reloj vuelve a dar la vuelta. Qué tic tac tan molesto y qué larga espera, encerrados dentro de esa marcha tan vieja y de madera carcomida que nadie quiso olvidar cuando aún podía, qué horrible momento compartirse con ese  asqueroso péndulo que se balancea, de izquierda a derecha y que no tiene intención de parar hasta cortarle a alguien la cabeza.

Ellos, todavía encerrados. Pecadores, ladrones y asesinos, ni en sus infiernos se calman. Más demonios mudos que desde arriba miran como yaces dormida y con silencio, cuidado no te despiertes, se recrean en tu tacto. Quemas con tu calor los pecados de aquellos malditos espíritus que nunca tuvieron un lugar donde poder descansar... y les gusta tanto esa droga que necesitan volver a equivocarse para probarla de nuevo contigo.

Pero a otros también hiciste llorar. A aquellos príncipes inquietos que enloquecieron en el silencio y la oscuridad del bosque. Acompañados de la mano hacia el abismo y obligados casi a ahorcarse junto al precipicio. Ahora, querida princesa, aquellos cadáveres colgados de los príncipes azules se están pudriendo y los cuervos, ahí fuera, se llevan sus sueños a otro lado. Habrá que enterrarlos, habrá que quemarlos y que todos vean el humo desde sus casas y sepan que ya no están aquí. Que murieron con los sueños de otros muchos, que murieron escondidos tras los callejones oscuros de los cuentos, que murieron en silencio y sin nada más que cenizas y silencio.

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