11 de octubre de 2015

El sol nos pasa a saludar.


  Dragones en la noche que se mueven con sigilo,
entre bocanadas de humo y luces rojas que deslumbran.
Olor a un perfume barato que ahora es difícil de olvidar,
y una música tan alta que no nos deja pensar.

Poco a poco nos vamos volviendo locos, 
y me coges el brazo. Sin dueño rodeas tu cuerpo.
Te digo al oído: Esta noche serás mía y sonríes,
y te mueves, y te acercas y me miras y te gusta.

Tu cuello ya no es tuyo y mi boca ya no es mía.
Sin freno, las lenguas cobran vida en cada esquina.
Pagamos nuestras deudas en la barra con el sudor de nuestra piel.
Los precios van subiendo y dejamos atrás el raciocinio.

Entre paredes y sin salida , cuando ya no quedan fuerzas,
nuestros labios se disparan y perforan nuestra alma.
Cualquier rincón es siempre un buen lugar, pensamos,
y poco a poco el camino se nos hace largo, juntos, de la mano.

Mientras sonreímos y nos dejamos llevar el sol nos pasa a saludar.
Le miramos desde el mar en una barca de madera.
En el horizonte vamos olvidando que mañana al despertar algo dolerá.
Y ahí quedó el vacío entre las sábanas, tu carmín en la almohada,
tu cabeza sobre mi pecho y el dolor de la resaca.

Un abrazo, un beso y una habitación en el más absoluto silencio.
Un domingo al que llegamos por casualidad.
Una casualidad que se hizo luz intensa lanzada contra el cielo
y se fue, poco a poco, perdiendo en el espacio.

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